Un día, un misionero llegó hasta una alejada aldea del amazonas. Estaba hambriento y sucio, por lo que los indios lo acogieron y cuidaron por muchos días, hasta que se recuperó por completo. Con el tiempo lo fueron sintiendo como uno más de la tribu, le enseñaron sus costumbres, su lengua, sus cantos y sus tradiciones.
Una noche, mientras todos descanzaban junto al fuego, los ancianos le pidieron que contara una historia. Pudo haber sido el hermoso cielo estrellado, la brisa fresca de la noche después del día de trabajo, o quizá sólo ocurrió. Se sintió con fuerzas para hablar y les explicó que las estrellas no eran dioses ni espíritus, que los dioses no eran seres crueles a quienes habia que contentar, que en realidad todo eso había sido hecho por un único Dios que era bueno, tan bueno, que había mandado a su Hijo a hacerse un hombre y enseñar a los demás el camino para ser felices, para no temer.
Los indios lo miraban asombrados.Luego de un momento de silencio, los ancianos preguntaron dónde había ocurrido todo eso, a lo que el misionero contestó que muy lejos, al otro lado de las grandes aguas. Después preguntaron hace cuántas lunas había pasado: una, dos, tres... Cuando logró explicarles que hacía muchas lunas, muchos siglos, su rostro cambió, se pusieron serios y uno de los ancianos le reclamó: Mucho has demorado en traer este mensaje, lo que quiere decir que o nosotros no te importamos o no te lo has tomado demasiado en serio.
1 comment:
¡Buena historia!
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