Sunday, April 21, 2013

El primer mes del Papa Francisco

Ayer se cumplió el primer mes del pontificado del Papa Francisco, inciado solemnemente en una misa celebrada el día de San José, donde recibió los signos de su rol como sucesor de Pedro: el palio (uan especie de pequeña bufanda blanca con cruces rojas, hecha con lana de cordero) y el anillo del pescador.

Resulta inevitable mencionar los signos que marcaron el inicio de su pontificado: la sencillez de su túnica blanca y desprovista de lujos y ostentaciones, la sencilla cruz de plata en lugar de una dorada, su saludo cálido y fraterno al presentarse al pueblo de Roma, etc. Pero más allá de estos gestos, sin duda significativos, ¿Qué se puede decir de Francisco a un mes de pontificado?.

Primeramente, los motivos de su elección. En el caso de Benedicto XVI los cardenales optaron por la continuidad. Era el más cercano colaborador de Juan Pablo II, teólogo probado y no dado a posiciones muy progresistas, litúrgicamente conservador y de avanzada edad. Sin duda, una elección que no provacaría sobresaltos. Pero los provocó. Enfrentó decididamente los escándalos al interior de la Iglesia, inició la reforma de la curia y vivió las intrigas vaticanas con toda la fuerza de que es capaz un grupo de funcionarios acostumbrados a manejar el poder.

Cuando llegó el momento del cónclave los cardenales ya no tenían los mismos criterios. La renuncia del papa les había ofrecido contar con un mes para buscar un nuevo papa y ya en las primeras reuniones se notó que el ánimo era otro. El caso de la filtración de documentos y la negativa a entregar estos antecedentes a los cardenales fue un factor más que inclinó la balanza hacia un papa que diera la sorpresa y que pudiera enferentar la reforma de la curia con decisión y valentía. Eso, sumado a ser principalmente un papa pastor hizo que los votos se inclinaran poderosamente a favor de Francisco.

A un mes ya ha emprendido diversos cambios que han estado en las noticias del mundo y que dan pie a pensar en una nueva era del papado. Cambios simbólicos algunos, pero altamente significativos: la sencillez en los ornamentos, el cambio de la silla del papa por una más sencilla, y sobre todo la forma de tratar a la gente con la que trabaja, como el caso del guardia suizo que lo custodiaba en la noche y a quién ofreció una silla y una comida para que la guardia no fuera tan pesada. Gestos sin duda que recuerdan al otro Francisco, al de Asís, y su forma fraterna de convivir y anunciar el Evangelio.

Los otros cambios han sido más concretos y tan valorados como estos: convocar a un grupo de cardenales como consejeros permanentes en el vaticano, la revisión de la forma de organizarse de la curia vaticana y los esfuerzos por marcar la centralidad de Jesucristo y su Evangelio en la Iglesia, lo que es obvio si se piensa, pero por lo mismo suele olvidarse con demasiada frecuencia.

Se trata, en resumen, de un papa que ha sido elegido para adaptar las instituciones del vaticano a los nuevos tiempos, para hacer que sus congregaciones e instituciones tengan un sabor más evangélico, para renovar la Iglesia desde dentro y volver la confianza a los cristianos en sus pastores. Un papa que deberá buscar un gobierno más colegiado, donde el primado del papa no sea un peso para el protagonismo que deben tener los obispos en la Iglesia, donde la forma de ejercer el poder no sea un impedimento para el profundo deseo de unidad entre las iglesias cristianas.

Ahora hay que esperar su primera carta encíclica, que es siempre una especie de programa de gobierno del papa, donde explica al pueblo cristiano y a toda la humanidad los principales acentos de su pontificado. Mientras tanto, no sólo hay que admirar los gestos del Papa Francisco, sino imitarlos. Muy frecuentemente vemos en nuestras comunidades gestos de prepotencia y ostentación de parte de los que tienen algún tipo de poder, o liturgias donde el sacerdote parece más un soberano que un pastor, o formas de llevar la pastoral no siempre adecuadas a los tiempos que el mundo vive y lo que la Iglesia toda desea vivir en su caminar cotidiano. No basta con el papa que tenemos, sino que también necesitamos una nueva forma de ser Iglesia, una nueva forma de pastoral y de vida eclesial, una nueva forma de presencia en el mundo y de servicio. El vaticano II sigue siendo una luz en el camino y el año de la fe una oportunidad para renovar el pedacito de Iglesia que nos toca, así como Francisco está renovando la parte que tiene a cargo.

Ahora ya tenemos el papa que queríamos, la pregunta es qué haremos con él.

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