CHILE 2210
EN EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
(Un documento histórico del futuro)
Discurso del Presidente del Gobierno Nacional de Chile ante la Asamblea de Delegados del Pueblo, con motivo del bicentenario de la independencia y del nacimiento del actual sistema político nacional
Señores Delegados de la Asamblea Nacional
Hoy me presento ante ustedes como tantas otras veces, como el encargado de dirigir el Gobierno Nacional, pero no para dar cuenta de la marcha de la economía y el estado general del país, sino para celebrar los 200 años de nuestra independencia, comenzada tímidamente en el ya lejano 2010, acrecentada y sustentada en los años posteriores.
Tal labor no tiene relación con mis funciones, es trabajo principalmente de los historiadores. Siendo un profesor de educación pública de la especialidad de literatura, dicha labor trasciende mis capacidades, pero me atrevo a hacerlo porque cada chileno tiene el derecho en este país, y el deber también, de considerar su propia historia y hacer de ella el impulso de su vida y la guía para la participación en la vida política que nuestro sistema no sólo permite, sino que exige como un deber de cada ciudadano chileno.
Al hacer esta reflexión, podemos caer fácilmente en la injusticia al juzgar las acciones del Estado republicano que estuvo en vigencia en Chile por largos 200 años, pero es parte de los defectos de la historia. Hoy nos parece aberrante pensar que en Chile el poder pueda caer en manos de unos pocos que se repartan cargos y beneficios y que la mayoría del pueblo sólo se limite a votar por candidatos que son elegidos cada cierto número de años, tal como a los chilenos del naciente siglo XXI les parecía impensable que existiera la esclavitud o depender de una nación extranjera, situaciones que consideraban de la época colonial, aunque vivían en ellas sin darse cuenta.
En efecto, el Chile del siglo XXI funcionaba con un sistema político llamado de “república democrática”, haciendo una mezcla extraña entre los sistemas políticos de los griegos (democracia) y de los romanos (república), aunque en verdad el sistema de “Estado” había nacido de la revolución francesa y las ideas de la ilustración. Tal enjambre de influencias no siempre claras generó por siglos un sistema que aseguraba el poder y los recursos económicos en manos de unos pocos y en una institución que repartía beneficios para disminuir el conflicto social, con el fin de mantener la injusticia de esta situación, aparentando una estabilidad y solidez que no existía. Las instituciones, como ellos las llamaban, no pueden dar estabilidad a un sistema, sólo un conjunto de ciudadanos libres y conscientes puede dar solidez a un país, sobre todo cuando cuenta con mecanismos de decisión real y capacidad de fiscalizar y remover si es necesario, a quienes ha entregado funciones específicas en beneficio del pueblo.
Siendo sinceros, el 2010 no es el año de nuestra independencia, sino el inicio de diversos sucesos que hicieron caer en la cuenta a los hijos de Chile de la realidad de su situación y de la necesidad de dar un vuelco definitivo a ella, asumiendo el poder que pensó haber recibido luego de la colonia, pero que en la realidad no había ejercido nunca. Ese año comenzó con un tremendo terremoto que conmovió al país, en medio de un cambio de Gobierno, en el que los que gobernaban desde el Congreso tomaron el Ejecutivo y los que gobernaban desde el Ejecutivo tomaron el Congreso, siguiendo con el sistema heredado de siglos, pero que no supo responder ante la emergencia y las necesidades de nuestra gente.
La situación internacional, con el sistema capitalista en crisis ayudó a comprender que no era posible sostener más ese sistema, provocando el nacimiento de iniciativas de reflexión y acción que fueron haciendo que el pueblo tomara en sus manos el trabajo de atender a sus necesidades y preocupaciones por sí mismo, organizadamente, comenzando a ejercer el poder realmente. Esto había sucedido anteriormente, en un ciclo interminable que siempre decantaba en la muerte de los que se organizaban o emprendían el intento de cambiar las cosas.
Al fijar la extinta Naciones Unidas al año 2015 como la clave para terminar con el sistema de producción que estaba acabando con el planeta, se generó las condiciones para abrir las mentes de todos y generar una nueva economía, el sistema sustentable, que es el que nos rige hoy, y que sólo produce aquello que necesita y genera riqueza en desarrollo humano y no en acumulación para unos pocos.
Como nunca antes este llamado de Naciones Unidas fue escuchado, y su intensidad fue tal que fue expulsada de su sede en el territorio del imperio y se trasladó a una isla del pacífico sur, con las naciones que quisieron seguir relacionándose de manera libre y soberana. Así nació el Gobierno Global que actualmente tenemos, el que en sus primeras acciones sentó las bases de nuestra economía sustentable, de un régimen político de verdadera participación y de una filosofía que permitiera superar los errores de los estados y consolidar la hermandad de las naciones.
Esta reflexión no estaría completa si no recordáramos ahora que fue la entonces Hermandad de las Naciones Libres, el inicio de nuestro Gobierno Global, la que comenzó a generar la fuerza para instalar el nuevo proyecto de economía y política en los países miembros, defendiéndolos de los que se oponían a ello y compartiendo recursos, conocimiento y fuerza defensiva. Su acción fue tan efectiva, que cuando el sistema capitalista cayó definitivamente, los mismos países que lo habían sostenido porfiadamente se sumaron a la Hermandad de las Naciones Libres y conformaron el Gobierno Global, asumiendo el mismo sistema propuesto por la Hermandad.
A nivel local, las variadas organizaciones populares que fueron creándose consiguieron jugar un doble juego: por un lado, asumieron la conducción de los centros locales de poder (municipalidades se llamaban) y a través de ellos recuperaron parte de los recursos que acaparaba el Estado y los pusieron a disposición del pueblo para acrecentar el movimiento popular. Por otro, a través del sistema de educación popular (hoy instalado en todo el país, pero entonces sólo era una acción de grupos marginales), generaron la conciencia necesaria en los chilenos para que comprendieran la realidad de su existencia y se preparan con las condiciones para asumir el poder dentro del mismo sistema inicialmente, pero en verdad pretendía desestabilizarlo y crear con ello las condiciones para un sistema nuevo.
El plan resultó los primeros años. La experiencia en los centros de poder local sirvió para que nuevos ciudadanos se prepararan para gobernar, pasando los que anteriormente habían ocupado los puestos a trabajos de base, organización y educación populares. Así, en una continua rotación, el proceso emancipador se fue consolidando, hasta que estalló la guerra independentista, comenzada por los dueños del Estado para frenar el avance del movimiento popular.
Esto había ocurrido muchas veces durante la existencia del Estado republicano, con una larga lista de muertos por la causa y que hoy consideramos precursores de nuestra independencia. Pero esta vez fue diferente, pues se contaba con ciudadanos preparados política y militarmente, con experiencia en ejercicios de poder y con el apoyo de la naciente Hermandad de las Naciones Libres, que por entonces sólo reunía a naciones de América Latina y de África, por lo tanto, no tuvo una expresión mundial hasta la desaparición de Naciones Unidas. Fueron estos ciudadanos los que encabezaron la lucha contra el Estado republicano y ganaron el poder no tomando la capital, como era clásico en las revoluciones de los siglos XIX y XX, sino defendiendo territorios locales, que se fueron conectando hasta aislar al poder central. El asalto definitivo a la capital fue sólo simbólico y marcó el fin del Estado capitalista y el comienzo de nuestra independencia.
Hoy, a 200 años de estos hechos, someramente relatados, todo niño de Chile sabe que tiene el poder real, y todo ciudadano sabe que puede ejercerlo en beneficio de sus compatriotas con toda libertad. Cada territorio de Chile elige a sus delegados y gobiernos territoriales, pudiendo removerlos cuando considere que no han cumplido lo que se espera de ellos. Cada territorio elige autoridades para la coordinación territorial, la que a su vez elige a los delegados de esta Asamblea, la cual está conformada por los delegados de coordinación territorial, los delegados de los pueblos originarios, los delegados de las organizaciones sociales y 10 delegados elegidos directamente por toda la ciudadanía, por un periodo de cuatro años, removible en cualquier momento. Por lo mismo, podemos recordar con orgullo, aunque suene obvio decirlo, que en este país no hay elecciones periódicas, sino que se realizan cada vez que un delegado termina su periodo, es decir, cuatro año después de haber asumido su cargo, sea para reemplazar a alguien que fue removido, sea porque se ha agotado el tiempo de sus funciones.
Quisiera señalar también, señores delegados, que nuestro país cuenta con una economía que es parte de la economía global, que produce los productos necesarios para su subsistencia, como todos los países, y que exporta aquellos que sólo se encuentran en nuestro suelo, recibiendo a cambio los que sólo se encuentran en otros países. Que, desde la aprobación de la propiedad intelectual universal, recibimos y entregamos a la comunidad de las naciones todo el conocimiento científico que se ha logrado, así como el artístico o cultural, enriqueciendo con ello el legado que debemos a las generaciones futuras.
Hoy miramos nuestro futuro con confianza, pues el largo recorrido de 200 años ha hecho que consideremos normal la paz y el bienestar que vivimos. Por eso mismo, creo que esta reunión debe recordar, aunque sea como dato histórico, los tiempos oscuros en que esto no existía, los tiempos en que soñar con un Chile independiente y con un sistema justo era una ilusión y, sobre todo, recordar a quienes hicieron posible nuestra libertad con su trabajo y su esfuerzo. En 2010, era ridículo pensar que se podía cambiar un sistema que llevaba 200 años de vida, así como en 1810 parecía imposible superar la colonia que llevaba ya 300 años, pero la historia avanza más allá de lo que los hechos parecen permitir y eso sobre todo, gracias a aquellos que se permiten pensar por si mismos y actuar en consecuencia.
Estamos lejos de vivir una sociedad perfecta, lo sabemos. Pero no por eso debemos renegar del éxito de nuestros esfuerzos. Hoy en Chile cada uno contribuye con su esfuerzo al bien de todos y recibe todo lo que necesita para su desarrollo. No se piensa, como hace 200 años, en acumular bienes y recursos, sino ciencia y conocimiento, arte y cultura, siendo más valorados y remunerados aquellos trabajos más vitales para la subsistencia de todos.
Permítanme, señores delegados, terminar estas palabras recordando lo que decía uno de los próceres de nuestra independencia, cuyas palabras aparecen grabadas a la entrada de este edificio que aloja la Asamblea Nacional y que por los caprichos de la historia ha permanecido anónimo, quizá para evitar los endiosamientos que provocaba el sistema republicano, o más seguro aún, para que todos podamos hacer nuestras sus palabras: “la opresión de los pueblos no dura más que lo que dura su debilidad y la principal de ellas es la ignorancia de esa misma opresión y de los medios para superarla”.
Muchas gracias,
Viva Chile
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