El Documento de Aparecida, nacido de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano ya ha comenzado a entrar en nuestras comunidades, siendo revisado, comentado y reflexionado profundamente. Más allá de la polémica sobre la redacción final, el documento tiene aportes que merecen destacarse, tanto a nivel general como particular.
En cuanto a lo general, el documento se enfoca directamente a la realidad de la Iglesia y la forma cómo esta debe afrontar la nueva situación latinoamericana. El tono es intra-eclesial, marcadamente teoológico y cristológico, lo que ha molestado a más de alguno, pero que resulta sumamente necesario en este momento de la Iglesia y del continente.
Asistimos a una pérdida del centro que motiva toda la acción de la Iglesia, que incluye por supuesto la transformación social y el compromiso político, pero que no se limita a ella, ni siquera es la más importante, aunque es necesaria. El compromiso de la Iglesa con nuestros pueblos surge del encuentro con Jesucristo, de la esperanza que nos da la celebración de su misterio, de la certeza del triunfo de la vida sobre la muerte que se dio en Jesucristo, y es a lo que Aparecida apunta decididamente.
Lejos de los obispos está la pretensión de tener las respuestas a los problemas latinoamericanos y de pensar que seremos los cristianos los que conduciremos el proceso de transformación. En la visión de Aparecida, los cristianos hacemos nuestro aporte en la búsqueda de soluciones, poniéndonos al servicio de nuestros pueblos, buscando en ellos la vida y las oportunidades para que se desarrolle plenamente. es una actitud más humilde y por lo mismo, más evangélica.
En lo particular, el documento apunta a intensificar la vida de fe, la formación bíblica y catequistica, la conciencia de fe, la familia y la vida comunitaria, todos estos elementos constituyentes del aporte que podemos y debemos hacer los cristianos a la vida del continente.
Al observar la vida de nuestras comunidades, se puede observar una falta de formación profunda, la mezcla de doctrinas y errores venidos de otras mentalidades, la separación entre la fe y la vida y una considerable falta de compromiso tanto hacia dentro como hacia afuera de la Comunidad Creyente.
Todo ello, nos permite señalar que los obispos han dado en el clavo, pues toda acción hacia afuera de la Iglesia se nutre y sustenta en la vida de la comunidad cristiana, en la fe y el caminar de la Iglesia, en la confianza en que Jesucristo sigue presente en nuestra vida, liberando a nuestros pueblos de lo que lo limita, para que alcancen la vida en plenitud. Sólo resta hacer de Aparecida una brújula que se transforme realmente en un norte para nuestro caminar creyente, que sostenga nuuestra esperanza y la de nuestros pueblos.
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