Estimad@s Amig@s: Les comparto este pequeño texto, expuesto en el Conversatorio organizado por la Sociedad Atea de Concepción, sobre "valores cristianos en el estado laico, proyecciones en educación y aspectos constitucionales en Chile",
6 de Junio de 2014, en la Universidad de Concepción.
6 de Junio de 2014, en la Universidad de Concepción.
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PROYECCIONES EDUCACIONALES DESDE UNA VISION CATOLICA
Quisiera partir agradeciendo a la
Sociedad Atea de Concepción por haberme invitado a participar de este
conversatorio, y sobre todo por abrir espacios de discusión como éste, tan
necesarios hoy en día frente a los grandes temas que como país estamos
enfrentando. Se me ha pedido hacer una reflexión sobre las proyecciones
educacionales para nuestro país desde una perspectiva católica. Para ello,
pretendo situar la exposición en su marco histórico, para luego establecer
algunos criterios importantes desde la perspectiva católica sobre el tema que
nos ocupa.
El régimen de
cristiandad.
A partir de la legalización del
cristianismo en el imperio romano, con el Edicto de Milán de Constantino en el
325, y sobre todo a partir del Edicto de Tesalónica de Teodosio en el 380,
donde transforma al cristianismo en la religión oficial del imperio, empieza
para la Iglesia un período llamado de “cristiandad”, que consistía en una
alianza profunda y solidaria entre el estado y la Iglesia. Este régimen
permitía la mutua influencia y la mutua legitimación, dificultando grandemente
la expresión de ideas disconformes a la verdad “oficial” del estado y sus
intereses, o a la verdad religiosa de la Iglesia.
En este régimen, un estado o una
educación laicas eran absolutamente imposibles. La Iglesia influía en todo,
definía el pensamiento y la moral, las orientaciones de los gobernantes y el
desarrollo de la sociedad. Por otro lado, el estado nombraba a las autoridades
de la Iglesia, intervenía en sus asuntos internos, respaldaba sus iniciativas
con todo el aparato de que era capaz, no siendo siempre claro dónde terminaba
el estado y comenzaba la Iglesia y viceversa. En este contexto, se entiende que
los librepensadores del siglo XVIII lucharan por un estado y educación laicas,
entiendo por ello la exclusión de lo religioso, cuando no su absoluta
abolición.
El Concilio Vaticano II
Este régimen llega a su fin con el
Concilio Vaticano II (1962-1965) y en particular con la Constitución Pastoral
sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes), aprobada el 7 de
diciembre de 1965. En este documento, la Iglesia establece el principio de la
“autonomía de las realidades temporales”, es decir, de la legítima
independencia de la sociedad en sus
leyes y valores, en su administración y gobierno, materias que no competen
directamente a la misión de la Iglesia. Por otro lado, la Iglesia señala su
independencia del poder civil y reclama su justa autonomía y la libertad de
conciencia de todo ser humano en lo religioso, cultural, social o político.
Dice el documento: “Si por
autonomía de la realidad
terrena se quiere decir que las cosas
creadas y las mismas sociedades gozan de propias leyes y valores, que
gradualmente el hombre ha de
descubrir, emplear y ordenar, es absolutamente
legítima esta exigencia de
autonomía. No es sólo que la reclamen
imperiosamente los hombres de nuestro
tiempo, es que además corresponde a la voluntad del Creador” (GS 36). Es decir, es parte de la voluntad de
Dios que las sociedades y los estados tengan indentidad propia, sin profesar
una religión determinada, lo que corresponde al fuero de la propia conciencia
de los sujetos.
Continúa la Gaudium et Spes: “Pero si con la expresión autonomía de
lo temporal
se quiere decir que la realidad
creada no depende de Dios y que los hombres pueden usarla sin
referencia al Creador, no hay creyente
alguno a quien se le escape
la falsedad envuelta en tales
palabras” (Idem). Es decir, si entendemos la autonomía como el descarte de lo
religioso de la sociedad, su anulación o una especie de coacción a la inversa
(prohibiendo ahora la expresión religiosa), evidentemente aquello no puede ser
aceptado por un creyente, pues vulnera la legítima autonomía de la Iglesia y la
libertad de conciencia.
En resumen, estado laico sí, cuando significa que la
sociedad se organiza sin una confesionalidad oficial, donde cada institución, y
la educación entre ellas, funciona de acuerdo a sus dinámicas propias,
respetando el libre desarrollo de las ciencias y el conocimiento, así como la
libertad de conciencia de los sujetos. Estado laico no, cuando se entiende por
él aquél que descarta o prohíbe la expresión religiosa de cualquier tipo, o que
fomenta una educación donde el dato religioso esté ausente.
Estado laico en América Latina.
Es evidente que la educación es un
reflejo de la sociedad a la que pertenece, pues busca transmitir a las nuevas
generaciones la cultura y los valores sociales, así como insertar a los
educandos dentro de la sociedad. Es por eso mismo que cualquier cambio en
materia educacional provoca tanta controversia, pues cambiar la educación es el
camino para cambiar la sociedad.
Una perspectiva realmente eficaz de
reforma educacióaln debe tener en cuenta los particulares acentos del
continente latinoamericano, debe responder a su cultura y sentido de la vida, a
sus luchas y esperanzas. De ahí que el
dato religioso no pueda descartarse en una educación con sentido
latinoamericanista. América Latina es un continente creyente, mayoritariamente
cristiano, pero sin duda diverso en sus expresiones religiosas. La educación,
si realmente busca ayudar a comprender la realidad, debe dar elementos que
permitan comprender el fenómeno religioso y realizar la opción creyente o no
con los elementos necesarios para un juicio formado.
Descartar la formación religiosa, y una
comprensión mínima de la fe cristiana, impediría a los estudiantes comprender
los procesos sociales que han vivido a lo largo de su historia las naciones
latinoamericanas, y sobre todo, idear caminos de transformación que no lesionen
el ser del hombre y mujer del continente, sino que respondan a su cosmovisión y
su manera de comprenderse en el mundo. Evidentemente, no se trata de una
formación que busque la “conversión” del sujeto a una determinada fe (lo que de
por sí es coacción y es contrario a la doctrina cristiana), sino de valorizar
el sentido religioso dentro de una sociedad plural, como un aporte
significativo a la comprensión de la sociedad y a su transformación.
El aporte de una
educación que incluya lo religioso.
Pero más allá de ello, existen aportes
importantes que una educación que incluya lo religioso puede dar a la formación
de las nuevas generaciones. Entre ellos me permito destacar tres:
La
formación valórica.
La formación de la ética y de la
conciencia moral es altamente valorada por los padres a la hora de elegir una
institución educacional en la cual formar a sus hijos. Una sociedad que forme
sólo en los aspectos científicos y técnicos, dejando la ética de lado, puede
transformarse en una sociedad de grandes constructores y creadores, pero sin
criterio a la hora de determinar la bondad de los medios que ocupa o de los
fines que persigue. No basta con formar habilidades y capacidades, es necesario
también formar en la sana convivencia, en la apertura al diálogo, en la
valoración de las posiciones diversas o incluso opuestas entre los sujetos,
para así lograr que la sociedad que queremos se construya a favor del ser
humano concreto y no en su contra.
Las decisiones de los gobiernos y las
políticas de los estados no son sólo técnicas o ideológicas, sino también
morales. Pueden ayudar o perjudicar a la sociedad, por lo que es importante
formar a los ciudadanos en el reconocimiento de la calidad moral de los actos
propios y ajenos, individuales y colectivos, para lo cual una formación que
incluye lo religioso se presta favorablemente.
Además, la formación ética debe incluir
la formación estética, el aprecio por la belleza y los símbolos, como reflejo
de la bondad y verdad de los actos de la sociedad. Lo religioso, con su
universo simbólico y ritual, puede ser un aporte decisivo en este sentido.
La
formación del sentido.
Una educación verdaderamente integral
debe ayudar a los sujetos a comprender su papel en el mundo, el sentido de la
realidad y de las acciones sociales y, sobre todo, entregarle herramientas para
comprender los grandes dilemas de la existencia humana, tales como el
sufrimiento, la injusticia o la muerte. La formación religiosa permite a los
estudiantes conocer un sistema ordenado de creencias (o mejor aún, varios
sistemas ordenados de creencias), como un modelo que puede aceptar o rechazar,
pero que en todo caso ayudará a realizar su propia síntesis en la búsqueda de
respuestas a las experiencias más profundas del ser humano.
La
formación para una sociedad diversa.
Hoy en día, se valora enormemente la
diversidad social. Se reconoce que una nación es un conjunto plural de
culturas, por lo que la convivencia y el proyecto social no debe llevar a la
uniformidad o la intolerancia, sino a la legítima pluralidad de visiones y
culturas, al diálogo enriquecedor y fecundo. La inclusión de lo religioso en la
educación aporta decisivamente en este sentido. Aunque se trate de la
presentación de una sola visión religiosa, la discusión y el diálogo ayudan a
descubrir distintas visiones y maneras de enfrentar los mismos problemas, lo
que va contribuyendo a formar a las nuevas generaciones en una perspectiva de
diálogo y enriquecimiento en la diversidad. No se debe olvidar a este respecto
que las religiones son parte de la cultura. Descartar el dato religioso hace de
la presentación de la cultura algo incompleto, cercenado en aquello que le da
sentido a la misma, y por lo mismo, inconsistente a la hora de intentar una
comprensión global de la sociedad.
Proyecciones finales.
De todo lo dicho, podemos reflexionar
sobre algunos caminos que permitan una educación que responda a los actuales
desafíos que la sociedad chilena enfrenta y del aporte que la educación
católica está llamada a dar en este sentido.
Primeramente, la educación debe buscar
el desarrollo de un sentido crítico frente a la sociedad misma, sus autoridades
y sus instituciones. Se trata de una mirada que sepa reconocer el trasfondo
detrás de las decisiones y acciones que se emprenden, y que pueda juzgar con un
criterio de honestidad y bondad los proyectos, propuestas y acciones que se le
presentan a la sociedad. Esto requiere herramientas de análisis, un universo de
sentido que permita interpretar adecuadamente la realidad y una educación que
se plantee como un desarrollo integral de la cultura, interrelacionando saberes
diversos, sin excluir ninguna dimensión del ser humano en particular o de la
sociedad en general.
En segundo lugar, la educación debe
entregar herramientas para enfrentar los conflictos sociales y buscar caminos
para resolverlos. En una sociedad marcada por el miedo al conflicto y al
disenso, el ejercicio cotidiano del diálogo entre visiones diversas irá
generando un sentido de colaboración y enriquecimiento mutuo que permita hacer
de la sociedad un espacio donde todos los pareceres puedan ser expresados, sin
ser ridiculizados o minusvalorados. Entre estos pareceres, debemos incluir
también la visión católica y de las otras religiones, como un aporte más en el
discurso que la sociedad va haciendo de sí misma.
Por último, frente a los problemas y
debates actuales, es necesario formar una valoración del dato científico y del
argumento racional. Hoy en día podemos hablar de un verdadero “imperio de la
opinión”, que busca definir posturas frente a complejos problemas desde
perspectivas simplistas o claramente interesadas. La educación debe aportar al
ejercicio de la razón, más allá de la mera opinión, hasta llegar a un conocimiento
cabal de las causas y efectos de los fenómenos sociales, de su sentido ético y
de las posibles consecuencias que pueden traer las soluciones propuestas. En
este sentido, se requiere una educación que revalorice lo político como un
ejercicio cotidiano de la sociedad y no como un área exclusiva de los partidos
o “profesionales de la política”, sino como un espacio de participación y
decisión, de transformación y colaboración, en un camino que no está
determinado ni predestinado, sino que vamos haciendo en conjunto a partir de
las decisiones de todos y cada uno.
Muchas gracias
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