Saturday, June 07, 2014

Proyeccciones Educaciones desde una visión católica




Estimad@s Amig@s: Les comparto este pequeño texto, expuesto en el  Conversatorio organizado por la Sociedad Atea de Concepción, sobre "valores cristianos en el estado laico, proyecciones en educación y aspectos constitucionales en Chile",
6 de Junio de 2014, en la Universidad de Concepción.

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PROYECCIONES EDUCACIONALES DESDE UNA VISION CATOLICA



         Quisiera partir agradeciendo a la Sociedad Atea de Concepción por haberme invitado a participar de este conversatorio, y sobre todo por abrir espacios de discusión como éste, tan necesarios hoy en día frente a los grandes temas que como país estamos enfrentando. Se me ha pedido hacer una reflexión sobre las proyecciones educacionales para nuestro país desde una perspectiva católica. Para ello, pretendo situar la exposición en su marco histórico, para luego establecer algunos criterios importantes desde la perspectiva católica sobre el tema que nos ocupa.

El régimen de cristiandad.

         A partir de la legalización del cristianismo en el imperio romano, con el Edicto de Milán de Constantino en el 325, y sobre todo a partir del Edicto de Tesalónica de Teodosio en el 380, donde transforma al cristianismo en la religión oficial del imperio, empieza para la Iglesia un período llamado de “cristiandad”, que consistía en una alianza profunda y solidaria entre el estado y la Iglesia. Este régimen permitía la mutua influencia y la mutua legitimación, dificultando grandemente la expresión de ideas disconformes a la verdad “oficial” del estado y sus intereses, o a la verdad religiosa de la Iglesia.

         En este régimen, un estado o una educación laicas eran absolutamente imposibles. La Iglesia influía en todo, definía el pensamiento y la moral, las orientaciones de los gobernantes y el desarrollo de la sociedad. Por otro lado, el estado nombraba a las autoridades de la Iglesia, intervenía en sus asuntos internos, respaldaba sus iniciativas con todo el aparato de que era capaz, no siendo siempre claro dónde terminaba el estado y comenzaba la Iglesia y viceversa. En este contexto, se entiende que los librepensadores del siglo XVIII lucharan por un estado y educación laicas, entiendo por ello la exclusión de lo religioso, cuando no su absoluta abolición.

El Concilio Vaticano II

Este régimen llega a su fin con el Concilio Vaticano II (1962-1965) y en particular con la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes), aprobada el 7 de diciembre de 1965. En este documento, la Iglesia establece el principio de la “autonomía de las realidades temporales”, es decir, de la legítima independencia de la sociedad  en sus leyes y valores, en su administración y gobierno, materias que no competen directamente a la misión de la Iglesia. Por otro lado, la Iglesia señala su independencia del poder civil y reclama su justa autonomía y la libertad de conciencia de todo ser humano en lo religioso, cultural, social o político.

Dice el documento: “Si por autonomía de la  realidad terrena se quiere decir que  las cosas creadas y las mismas sociedades gozan de propias leyes y valores, que gradualmente el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de  nuestro tiempo, es que además corresponde a la voluntad del Creador” (GS 36). Es decir, es parte de la voluntad de Dios que las sociedades y los estados tengan indentidad propia, sin profesar una religión determinada, lo que corresponde al fuero de la propia conciencia de los sujetos.

Continúa la Gaudium et Spes: “Pero si con la expresión  autonomía de lo temporal se quiere decir que la realidad creada no depende de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no  hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras” (Idem). Es decir, si entendemos la autonomía como el descarte de lo religioso de la sociedad, su anulación o una especie de coacción a la inversa (prohibiendo ahora la expresión religiosa), evidentemente aquello no puede ser aceptado por un creyente, pues vulnera la legítima autonomía de la Iglesia y la libertad de conciencia.

En resumen, estado laico sí, cuando significa que la sociedad se organiza sin una confesionalidad oficial, donde cada institución, y la educación entre ellas, funciona de acuerdo a sus dinámicas propias, respetando el libre desarrollo de las ciencias y el conocimiento, así como la libertad de conciencia de los sujetos. Estado laico no, cuando se entiende por él aquél que descarta o prohíbe la expresión religiosa de cualquier tipo, o que fomenta una educación donde el dato religioso esté ausente.

Estado laico en América Latina.

         Es evidente que la educación es un reflejo de la sociedad a la que pertenece, pues busca transmitir a las nuevas generaciones la cultura y los valores sociales, así como insertar a los educandos dentro de la sociedad. Es por eso mismo que cualquier cambio en materia educacional provoca tanta controversia, pues cambiar la educación es el camino para cambiar la sociedad.

         Una perspectiva realmente eficaz de reforma educacióaln debe tener en cuenta los particulares acentos del continente latinoamericano, debe responder a su cultura y sentido de la vida, a sus luchas y esperanzas.  De ahí que el dato religioso no pueda descartarse en una educación con sentido latinoamericanista. América Latina es un continente creyente, mayoritariamente cristiano, pero sin duda diverso en sus expresiones religiosas. La educación, si realmente busca ayudar a comprender la realidad, debe dar elementos que permitan comprender el fenómeno religioso y realizar la opción creyente o no con los elementos necesarios para un juicio formado.

         Descartar la formación religiosa, y una comprensión mínima de la fe cristiana, impediría a los estudiantes comprender los procesos sociales que han vivido a lo largo de su historia las naciones latinoamericanas, y sobre todo, idear caminos de transformación que no lesionen el ser del hombre y mujer del continente, sino que respondan a su cosmovisión y su manera de comprenderse en el mundo. Evidentemente, no se trata de una formación que busque la “conversión” del sujeto a una determinada fe (lo que de por sí es coacción y es contrario a la doctrina cristiana), sino de valorizar el sentido religioso dentro de una sociedad plural, como un aporte significativo a la comprensión de la sociedad y a su transformación.

El aporte de una educación que incluya lo religioso.

         Pero más allá de ello, existen aportes importantes que una educación que incluya lo religioso puede dar a la formación de las nuevas generaciones. Entre ellos me permito destacar tres:

La formación valórica.

         La formación de la ética y de la conciencia moral es altamente valorada por los padres a la hora de elegir una institución educacional en la cual formar a sus hijos. Una sociedad que forme sólo en los aspectos científicos y técnicos, dejando la ética de lado, puede transformarse en una sociedad de grandes constructores y creadores, pero sin criterio a la hora de determinar la bondad de los medios que ocupa o de los fines que persigue. No basta con formar habilidades y capacidades, es necesario también formar en la sana convivencia, en la apertura al diálogo, en la valoración de las posiciones diversas o incluso opuestas entre los sujetos, para así lograr que la sociedad que queremos se construya a favor del ser humano concreto y no en su contra.

         Las decisiones de los gobiernos y las políticas de los estados no son sólo técnicas o ideológicas, sino también morales. Pueden ayudar o perjudicar a la sociedad, por lo que es importante formar a los ciudadanos en el reconocimiento de la calidad moral de los actos propios y ajenos, individuales y colectivos, para lo cual una formación que incluye lo religioso se presta favorablemente.

         Además, la formación ética debe incluir la formación estética, el aprecio por la belleza y los símbolos, como reflejo de la bondad y verdad de los actos de la sociedad. Lo religioso, con su universo simbólico y ritual, puede ser un aporte decisivo en este sentido.

La formación del sentido.

         Una educación verdaderamente integral debe ayudar a los sujetos a comprender su papel en el mundo, el sentido de la realidad y de las acciones sociales y, sobre todo, entregarle herramientas para comprender los grandes dilemas de la existencia humana, tales como el sufrimiento, la injusticia o la muerte. La formación religiosa permite a los estudiantes conocer un sistema ordenado de creencias (o mejor aún, varios sistemas ordenados de creencias), como un modelo que puede aceptar o rechazar, pero que en todo caso ayudará a realizar su propia síntesis en la búsqueda de respuestas a las experiencias más profundas del ser humano.

La formación para una sociedad diversa.

         Hoy en día, se valora enormemente la diversidad social. Se reconoce que una nación es un conjunto plural de culturas, por lo que la convivencia y el proyecto social no debe llevar a la uniformidad o la intolerancia, sino a la legítima pluralidad de visiones y culturas, al diálogo enriquecedor y fecundo. La inclusión de lo religioso en la educación aporta decisivamente en este sentido. Aunque se trate de la presentación de una sola visión religiosa, la discusión y el diálogo ayudan a descubrir distintas visiones y maneras de enfrentar los mismos problemas, lo que va contribuyendo a formar a las nuevas generaciones en una perspectiva de diálogo y enriquecimiento en la diversidad. No se debe olvidar a este respecto que las religiones son parte de la cultura. Descartar el dato religioso hace de la presentación de la cultura algo incompleto, cercenado en aquello que le da sentido a la misma, y por lo mismo, inconsistente a la hora de intentar una comprensión global de la sociedad.

Proyecciones finales.

         De todo lo dicho, podemos reflexionar sobre algunos caminos que permitan una educación que responda a los actuales desafíos que la sociedad chilena enfrenta y del aporte que la educación católica está llamada a dar en este sentido.

         Primeramente, la educación debe buscar el desarrollo de un sentido crítico frente a la sociedad misma, sus autoridades y sus instituciones. Se trata de una mirada que sepa reconocer el trasfondo detrás de las decisiones y acciones que se emprenden, y que pueda juzgar con un criterio de honestidad y bondad los proyectos, propuestas y acciones que se le presentan a la sociedad. Esto requiere herramientas de análisis, un universo de sentido que permita interpretar adecuadamente la realidad y una educación que se plantee como un desarrollo integral de la cultura, interrelacionando saberes diversos, sin excluir ninguna dimensión del ser humano en particular o de la sociedad en general.

         En segundo lugar, la educación debe entregar herramientas para enfrentar los conflictos sociales y buscar caminos para resolverlos. En una sociedad marcada por el miedo al conflicto y al disenso, el ejercicio cotidiano del diálogo entre visiones diversas irá generando un sentido de colaboración y enriquecimiento mutuo que permita hacer de la sociedad un espacio donde todos los pareceres puedan ser expresados, sin ser ridiculizados o minusvalorados. Entre estos pareceres, debemos incluir también la visión católica y de las otras religiones, como un aporte más en el discurso que la sociedad va haciendo de sí misma.

         Por último, frente a los problemas y debates actuales, es necesario formar una valoración del dato científico y del argumento racional. Hoy en día podemos hablar de un verdadero “imperio de la opinión”, que busca definir posturas frente a complejos problemas desde perspectivas simplistas o claramente interesadas. La educación debe aportar al ejercicio de la razón, más allá de la mera opinión, hasta llegar a un conocimiento cabal de las causas y efectos de los fenómenos sociales, de su sentido ético y de las posibles consecuencias que pueden traer las soluciones propuestas. En este sentido, se requiere una educación que revalorice lo político como un ejercicio cotidiano de la sociedad y no como un área exclusiva de los partidos o “profesionales de la política”, sino como un espacio de participación y decisión, de transformación y colaboración, en un camino que no está determinado ni predestinado, sino que vamos haciendo en conjunto a partir de las decisiones de todos y cada uno.

Muchas gracias
 

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