El Concilio Vaticano II, 50 años después

Hoy, hace 50 años, en la basílica de San Pedro en el Vaticano, un sencillo anciano inauguraba el que habría de ser el gran acontecimiento de la Iglesia Católica durante el siglo XX y hasta nuestros días: El Concilio Vaticano II.

El presente comentario no pretende decir nada nuevo sobre él, sólo marcar a través de esta publicación este regalo de Dios a la Iglesia, regalo que como todos los que vienen de sus manos incluye una tarea y una misión.

Los concilios son reuniones al más alto nivel de la Iglesia, asambleas que reúnen a obispos y autoridades en torno al Papa o su delegado, para discutir temas sobre fe o disciplina en la Iglesia, y cuyas decisiones son vinculantes y obligatorias para los católicos. Cuando un concilio incluye delegados de todo el mundo se le llama "ecuménico". 21 concilios ecuménicos ha tenido la Iglesia durante toda su historia, los que han marcado su camino, sobre todo en momentos de crisis o de necesidad urgente de reforma.

El Vaticano II ha sido el más numeroso con respecto a los asistentes (2540 padres conciliares) y en cuanto a los temas abordados, los que se encuentran expresados en 4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones. Es un don del Espíritu, sin duda, que actuó a través de dos grandes hombres, diversos entre sí, pero dispuestos ambos a ser instrumentos de Dios que guía su Iglesia con nosotros, a través de nosotros y muchas veces también, a pesar de nosotros. Los nombres del beato Juan XXIII y el siervo de Dios Paulo VI no pueden dejar de mencionarse al hablar del concilio, com un gesto agradecido a su valentía y su disposición a escuhar la voz de Dios, para reconocer "lo que el Espíritu dice a las Iglesias" hoy.

El Vaticano II no fue convocado para atender una herejía o condenar errores, sino para abrir la Iglesia al mundo contemporáneo, salir a su encuentro con la palabra salvadora de Dios y renovar sus estructuras y su liturgia. Las mismas verdades eternas, dichas de tal manera de hacerlas cercanas y comprensibles para el hombre y mujer de hoy. Pero más allá implicó una nueva mentalidad, una nueva comprensión de sí misma por parte de la Iglesia: Una Iglesia que se comprende  como pueblo de Dios, como peregrina en la historia, como servidora del mundo, en diálogo con la humanidad, con las religiones, con las demñas confesiones cristianas, una Iglesia que rompe su alianza con el poder politico, buscando su autonomía y reconociendo a los laicos la tarea de transformar el mundo a la luz del Evangelio, mediante su participación como ciudadanos en lo social y lo político.

Fue sin duda una novedad, desde entonces se habla de pre-.conciliar y post-conciliar, de un antes y un después que aún está en marcha, pues todos los concilios enfrentan problemas y provocan otros, pues su aplicación debe chocar con resistencias e incomprensiones, con deseos de volver atrás, con temores y ensayos no siempre acertados, pero necesarios si se quiere ser fiel al espíritu de reforma que siempre los anima.

Para América Latina, el concilio fue como su certificado de adultez. A partir de entonces, sobre todo con la recepción que del Concilio hicieron los obispos en medellín el año 1968, la Iglesia Latinoamericana comenzó a tener voz propia, a generar una práctica inserta en la realidad del continente, guiada por una reflexión teológica y pastoral que con el tiempo pasaría a conocerse como "teología de la liberación", cristalizado todo ello en la llamada "opción preferencial por los pobres".

50 años después, el Concilio debe ser nuevamente escuchado, leído y aplicado, pero no como punto de llegada, sino como punto de partida, como puerta que abre nuevas posibilidades, que renueva la Iglesia con el aire fresco del Evangelio, como llamada a la fidelidad y a la esperanza. Tal es la invitación que hace el Papa convocando al año de la Fe, inaugurado hoy, y es la invitación que estamos llamados a acoger con alegría y confianza.

Tal vez la mejor guía para vivir hoy el espíritu del Concilio sean las palabras de san Agustín: "Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo".